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viernes, 19 de enero de 2018

Terapia Cognitivo Conductual y Activación

La terapia cognitivo conductual  ayuda a cambiar la forma de cómo se piensa (factor cognitivo) y cómo se actúa (factor conductual) y estos cambios pueden ayudar a modificar las emociones y a sentirse mejor. Se centra en problemas y dificultades del "aquí y ahora". 


En Infocop (2012) se afirma que la terapia psicológica y, específicamente, 
la terapia cognitivo-conductual (TCC), ha demostrado ser una alternativa eficaz  para el tratamiento de la ansiedad y de la depresión, no supone ningún riesgo para la salud y no presenta ningún efecto secundario adverso. Se ha demostrado que es útil para tratar problemas de Ansiedad, Depresión, Pánico, Agorafobia y otras fobias, Fobia social, Trastorno obsesivo compulsivo, Trastorno de estrés postraumático,  problemas interpersonales, etc.

Además de reducir los síntomas de ansiedad y depresión y mantener estos cambios terapéuticos a largo plazo, el tratamiento psicológico proporciona otros beneficios, tales como una mayor adherencia al tratamiento, una disminución significativa del riesgo de recaídas y una elevada tasa de recuperaciónevitando la cronificación.

Así mismo, combinar distintas técnicas cognitivo-conductuales, tales como la activación conductual, el entrenamiento en toma de decisiones, el entrenamiento en habilidades sociales, la reestructuración cognitiva, técnicas de manejo de la ira resulta eficaz en el control de la sintomatología ansioso-depresiva, ansiedad generalizada y estados depresivos.

La activación conductual (AC) forma parte del programa de tratamiento de las terapias cognitivo-conductuales y puede aplicarse a muchos tipos de problemas. Las técnicas de activación conductual planteadas para la mejora de la depresión han  acabado por conformar una terapia por propio derecho (Barraca, 2017).

La AC es beneficiosa para la salud de todas las personas y puede abordar diferentes patologías. Se destaca la importancia de la conducta y como a través del control y manejo de ésta se puede incidir en la psicología de la persona. 

Javier Tirapu, neuropsicólogo clínico, afirma que la terapia cognitiva es eficaz si su objetivo es traducido por el paciente en conductas motoras porque las conductas motoras son el motor del cambio de las conexiones neuronales. Asimismo destaca a Kandel, cuya cuarta asunción básica era: “la terapia es eficaz si produce cambios en la conducta que, a su vez, produce cambios en actividad neural

Los principios fundamentales de la AC (Martell, Dimidjian y Herman-Dunnque, 2014) son: 


  • Principio 1La clave para cambiar como se sienten las personas consiste en ayudarles a cambiar lo que hacen
  • Principio 2. Los cambios en la vida pueden llevar a la depresión, y las estrategias de adaptación a corto plazo pueden bloquear con el tiempo a las personas.
  • Principio 3Las pistas para entender lo que será antidepresivo para un cliente concreto. residen en lo que precede y lo que sigue a las conductas importantes del cliente. 
  • Principio 4Estructurar y programar actividades que siguen un plan, no un estado anímico. 
  • Principio 5El cambio será más fácil cuando se comienza por algo pequeño. 
  • Principio 6. Hacer hincapié en actividades que sean reforzadas por naturaleza. 
  • Principio 7Actuar como un entrenador. 
  • Principio 8Insistir en un enfoque empírico de resolución de problemas y reconocer que todos los resultados son útiles. 
  • Principio 9. ¡No lo diga, hazlo! 
  • Principio 10Detectar barreras posibles y reales para la activación.




Si necesitas ayuda, tratamiento o asesoramiento, contacta con nosotros. También puedes visitar nuestra web: Consulta de Psicología - Laura Fátima Asensi




miércoles, 18 de mayo de 2016

¿Problemas con la autoestima?



Buscar siempre la aprobación externa puede resultar un arma de doble filo. La clave es aumentar el valor personal ante uno mismo,  no tanto delante de los demás.

 

De pequeños, pocos reciben una educación enfocada al bienestar emocional, y después, de mayores, al carecer de una referencia interna, las personas buscan en los demás un sucedáneo de autoestima que acaba creando más problemas de los que trata de solucionar. Se han escrito muchos libros sobre el tema, se imparten cursos y se llenan consultas de personas que desean mejorar su autoconcepto… pero muchos olvidan que la valía es fruto de la autopercepción y no de lo que digan los demás.

Nuestra cultura occidental ha inventado la necesidad de ser “especial”, para alguien o en algo. Y nosotros hemos comprado ese deseo. ¿Qué ha ocurrido? Quién más, quién menos, construye una idea de sí mismo en positivo o en negativo. Es decir, hay personas que se sienten “mejores” –por encima de los demás– (se aman) y otras que se sienten “peores” –por debajo de los otros– (y se odian).

No sé de dónde salió la idea de que debemos buscar la aprobación externa, el cuento de que, en el caso de obtenerla, podemos sentirnos felices, y en el caso de no obtenerla, hemos de sentirnos desgraciados. El reconocimiento externo es un arma de dos filos: por un lado, puede subir la moral, pero también puede dejar por los suelos el estado de ánimo. Demasiado riesgo, máxime cuando la aprobación o la censura se suele hacer con ligereza.

Alguien dijo: “Dale un premio a un escritor y ya no escribirá nada más de valor”. No siempre es así, por fortuna, pero es verdad que el escritor después de recibir un galardón soporta un estrés adicional, ya que se ve obligado a no defraudar las expectativas de sus lectores y estar a la altura del reconocimiento recibido.


Alguien dijo: “Dale un premio a un escritor y ya no escribirá nada más de valor”. No siempre es así, por fortuna, pero es verdad que el escritor después de recibir un galardón soporta un estrés adicional, ya que se ve obligado a no defraudar las expectativas de sus lectores y estar a la altura del reconocimiento recibido.

Formas de mirarse

Cuando una persona se convierte en buscadora compulsiva de la aprobación externa, entra en su propia trampa y en un ciclo sin fin. Se condena a sí misma, sin saberlo, a ir de cumplido en cumplido, a recabar la aprobación ajena, a necesitar incluso el halago. Ya no es libre, depende de que otros alimenten su necesidad de ser aprobada. Es como un adicto emocional que padece el síndrome de abstinencia. Se podía decir que esa persona pierde el tiempo y la paz mental buscando la felicidad en el lugar equivocado.

Es obvio que no hay nada malo respecto a contar con el beneplácito ajeno. El problema es cuando se necesita y, sobre todo, cuando se confunde el verdadero valor personal con la complacencia externa. Son dos cosas muy diferentes, y cuando se entiende esta gran diferencia, las personas se centran en su valor y no en buscar ser valoradas.

Soledad Pulgar García. Hombre que se mira a sí mismo mirándose

Reforzar la autoestima significa aumentar el valor personal ante uno mismo, pero no delante de nadie. Cualquier palabra que empiece con auto (autoestima, autoconcepto, autoimagen…) tiene que ver con uno mismo y no con los demás. Aun estando claro, parece que se olvida. Llega un momento en la vida en el que tenemos que centrarnos en aclarar la relación con la persona más importante, que no es otro que uno mismo. Si esa relación es sana e intensa, seremos felices; si es insana, seremos infelices.

Tampoco hay que confundir la valoración propia con la arrogancia, que es precisamente la defensa de las personas que tienen poca. Hay dos clases de autoestima falsa: la evaluación que hacen de sí mismos aquellos que se creen mejores que los demás y la que hacen los que se sienten peores que los demás. Ambas percepciones son una visión desajustada del valor intrínseco que cada persona tiene por el simple hecho de ser un ser humano. 

Una vez que creemos en algo, esa creencia suele acompañarnos durante el resto de nuestras vidas, a no ser que la pongamos a prueba. - Dr. Richard Gillett
No hay diferencia, salvo en el signo en las expresiones: “soy el mejor” y “soy el peor”. Ambas expresiones demuestran un desconocimiento del valor real del ser humano, y confunden la comparación externa con la autoevaluación interna. En el fondo reflejan el mismo problema, pero con dos sistemas de compensación diferentes: uno a más y el otro a menos. Fue S. Freud quien decía que esta compensación en realidad es una deformación para poder soportar una autoestima lesionada.

Elevar la autoestima depende de tomar la decisión de que somos valiosos al margen de los resultados que obtengamos, y de recordar siempre esta decisión. No necesitamos pruebas ni resultados. Se trata de una decisión interior que se apoya en uno mismo y no en los demás. La mejor manera de influir en cómo nos perciben los demás es mejorar la forma en que nos vemos a nosotros mismos. Sin duda, eso generará de alguna manera un impacto porque cuando las personas se quieren más, el mundo las quiere más.

Una pequeña diferencia, en más o en menos, del nivel de autoestima de una persona va a marcar una discrepancia dramática en lo que conseguirá de la vida, tanto a nivel personal como profesional. Así, nuestro rendimiento nunca será mayor que la imagen que tenemos de nosotros mismos.

Una persona con autoestima saludable es: sabia sin ser pedante, asertiva sin ser agresiva, poderosa sin necesitar la fuerza, ambiciosa sin ser codiciosa, profunda y no banal, humilde sin ser servil, valiosa sin ser orgullosa. Y lo más importante: deja de compararse con los demás, ya sea en positivo o negativo.

 El secreto es prescindir de autojuzgarse. Es mucho más interesante establecer una relación de amor con el planeta en lugar de mirar de puertas adentro para evaluar si somos dignos o no de amor. Lo que lo cambiaría todo es dejar de autoevaluarse y perseguir conectarse con el resto del mundo.

Del mismo modo que la forma de librarse de los defectos es aumentar las cualidades –ya que aquellos se diluyen en estas–, la mejor forma de no tener que conseguir una buena nota es prescindir de ponerse una, cualquiera que sea.

Imaginemos un mundo donde amarse no fuese una ardua tarea. En ese mundo ideal no se perdería el tiempo y la energía en reparar lo que en realidad no necesita reparación, sino una nueva percepción. En ese nuevo conocimiento de uno mismo, la avería de la autoestima simplemente no sería posible porque el concepto sería irrelevante. En ese mundo ideal, todas las personas se conocerían bien, a nivel esencial, se aceptarían y se respetarían a sí mismas. En esa utopía no se vendería ningún libro o servicio sobre cómo mejorar la percepción que tenemos de nosotros mismos.

Las consecuencias

“El modo en que nos sentimos con respecto a nosotros mismos afecta de forma decisiva a todos los aspectos de nuestra experiencia, desde la manera en que funcionamos en el trabajo, el amor o el sexo, hasta nuestro proceder como padres y las posibilidades que tenemos de progresar en la vida. Nuestras respuestas ante los acontecimientos dependen de quién y qué pensamos que somos. Los dramas de nuestra vida son los reflejos de la visión íntima que poseemos de nosotros mismos. Por tanto, la autoestima es la clave del éxito o del fracaso. También es la clave para comprendernos y comprender a los demás. De todos los juicios a que nos sometemos, ninguno es tan importante como el nuestro propio”.
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Cómo mejorar su autoestima, de Nathaniel Branden.  Fuente: El País

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